El pasado 14 de mayo, cincuenta profesores de primaria, secundaria y EE.OO. II de nuestra comunidad vinieron a nuestro centro para acudir al curso “New Learning Spaces in the Foreign Language Classroom”.
El curso contó con Guillermo Bautista como ponente, profesor de los Estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universitat Oberta de Catalunya e impulsor del proyecto de investigación “Smart Classroom”.
El objetivo de dicho curso era acercar a los docentes al concepto de aula inteligente y enseñar cómo se pueden rediseñar nuevos espacios educativos y así poder mejorar el proceso de enseñanza- aprendizaje en base a las tres dimensiones del diseño de espacios de aprendizaje: pedagógica, medioambiental y digital.
Con este fin, los asistentes pudieron ver los diseños que ya se han llevado a cabo en otros centros y conocer la experiencia de otros docentes. Asimismo, se proyectaron los últimos proyectos internacionales de arquitectura relacionados con la innovación en espacios de aprendizaje y se intercambiaron ideas sobre mobiliario y nuevas formas de distribución del espacio.
Por la tarde, los asistentes se dividieron en grupos para la elaboración de un diseño de clase conjunto que integrase plenamente las nuevas tecnologías y que les gustaría llevar a cabo en sus centros.
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El CO2, ese gas que cambia el mundo sin que lo veas.
Hay cosas que no se ven pero se sienten. Como el silencio en una iglesia vacía, como el respeto cuando el himno suena o como el dióxido de carbono —ese gas incoloro, inoloro e incombustible— que, sin armar mucho ruido, está metido en casi todo lo que importa: industria, automoción, alimentación, seguridad y medioambiente. Y nosotros, que somos gente seria, lo sabemos.
El CO₂ no es sólo el villano favorito de los ecologistas por eso de calentar el planeta como si fuera una paella valenciana. No, señor. También es una herramienta versátil que, bien empleada, es capaz de obrar maravillas. Desde soldar metales sin que salte una chispa de más, hasta conservar la tarta que te comes el domingo con tu suegra sin que pierda su gloria pastelera.
En el mundo industrial, el CO₂ se mueve como pez en el agua. Sirve como gas protector en soldaduras por arco, donde su papel es clave para evitar oxidaciones que arruinen la faena. Lo encontramos también como fluido supercrítico, una forma refinada que no es ni líquida ni gaseosa, perfecta para extraer cafeína, aromas o aceites esenciales sin usar productos químicos de esos que luego nadie sabe pronunciar.
En el terreno de la alimentación, el CO₂ actúa como conservante natural. Se introduce en envases de carne, pescado o bollería para prolongar la vida útil sin alterar sabor ni textura. Y no hablemos del mundo de las bebidas, donde el gas carbónico es el alma de las burbujas. ¿Una caña sin espuma? Por favor, un respeto.
Y aquí entramos en terreno sagrado: la protección contra el fuego. Porque si hay algo que un español de bien teme más que al VAR, es a un incendio desatado. Ahí el CO₂ se convierte en héroe: frío, eficaz y sin dejar rastro.
Cuando se trata de apagar fuegos eléctricos o en laboratorios, el extintor co2 es la herramienta de los que saben. No deja residuos, no moja, no estropea equipos. Sale a presión, envuelve el oxígeno y lo estrangula sin violencia. Es como un susurro que apaga un grito. Es la solución elegante donde la espuma sería un desastre.
A esta altura del artículo, ya deberíamos tener claro que el extintor CO2 no es un lujo, sino una necesidad en entornos técnicos y profesionales.
Los cuadros eléctricos —esos armarios donde se decide si una casa se ilumina o se convierte en un templo del caos— necesitan cuidados especiales. Ahí no vale cualquier cosa. Y es por eso que el extintor para cuadro electrico debe ser específico. Aquí también el CO₂ reina.
Nada de agua, que podría crear cortocircuitos. Nada de polvo químico, que se mete en los mecanismos y los deja peor que antes del incendio. El CO₂ actúa sin tocar, como el arte de los buenos toreros. Sofoca el fuego sin comprometer el sistema eléctrico.
Hoy, empresas, edificios públicos y hogares inteligentes incorporan extintores para cuadros eléctricos como quien pone un cinturón de seguridad: porque no tenerlo es una irresponsabilidad.
La ley no es caprichosa. “dónde y cuándo es obligatorio tener un extintor” depende del tipo de establecimiento, su uso, su aforo y sus dimensiones. Pero hay algo que se repite: en oficinas, locales comerciales, comunidades de vecinos y vehículos de transporte, los extintores son de obligada presencia.
No basta con tener uno arrumbado en un rincón. Debe estar operativo, accesible, visible y revisado cada cierto tiempo. Y sí, el tipo de extintor debe ajustarse al riesgo existente. En una cocina industrial no se instala el mismo equipo que en un servidor informático. Quien no lo entienda, que no monte un negocio.
La paradoja del CO₂ es que también es el enemigo al que se le achaca el calentamiento global. Pero como todo en la vida, el problema no es el elemento, sino el exceso. En dosis adecuadas, el CO₂ es útil, noble y servicial. El problema llega cuando lo soltamos al cielo como si no hubiera consecuencias.
Aquí es donde entra la captura y reutilización del CO₂, una técnica que muchas industrias están adoptando para mitigar su impacto ambiental. Recolectan el gas y lo reinyectan en procesos productivos, cerrando un círculo virtuoso que nos recuerda que, cuando queremos, podemos ser listos.
Y en el mundo del automóvil, cómo no, el CO₂ también se cuela. Desde la producción de plásticos y componentes hasta los gases de escape, su presencia es constante. Por eso los fabricantes andan locos por reducir sus emisiones, no sólo por las multas europeas, sino porque el cliente de hoy es exigente y quiere eficiencia con conciencia.
Los coches eléctricos, aunque no emiten CO₂ al circular, sí dependen de una producción que aún no es limpia del todo. Pero avanzamos. Y en ese camino, el conocimiento y la responsabilidad son más importantes que nunca.
Así es el dióxido de carbono: multifacético, discreto y esencial. Quienes lo demonizan a ciegas olvidan que, bien usado, salva vidas, mejora procesos y conserva recursos. Y nosotros, que llevamos años en esto, sabemos que la verdad no siempre es blanca o negra, sino una escala de grises como la niebla que envuelve al CO₂ cuando se libera de un extintor.
Conviene, entonces, tratarlo con respeto. No se le ama ni se le odia. Se le entiende, se le regula, y se le aprovecha cuando toca. Y cuando lo veas salir de un cilindro rojo con boquilla negra, sabrás que estás ante uno de los grandes aliados de la seguridad moderna.