Las metodologías activas resultan atractivas y motivadoras al alumnado porque fomentan un aprendizaje real, activo y significativo, favoreciendo el desarrollo del pensamiento crítico y creatividad en un proceso de aprendizaje que arranca de un reto o problema al que dar respuesta,
Dado que se apela a la curiosidad innata del ser humano, se suele partir de una pregunta a la que dar respuesta, que sirve de detonante de todo el proceso de aprendizaje. Es por ello que resulta necesario y extremadamente importante dedicar el tiempo necesario a la formulación de la pregunta inicial[1], ya que de ella depende que el alumnado se plantee cuestiones, indague e investigue sobre el tema.
¿Cómo plantear las preguntas?
Las mejores preguntas surgen precisamente de aquellos temas que interesan o preocupan al alumnado, lo que supone un punto de partida muy interesante. Conviene entonces establecer de qué manera se usan los estándares de aprendizaje en la vida real con el objeto de establecer una conexión con un problema o pregunta que pueda servir de acicate para un proyecto dado.
Aunque partimos de los intereses del alumnado, quizá la responsabilidad de la formulación de la pregunta deba recaer en el docente, quien establecerá la conexión con el currículo, sin detrimento de que se dote al alumnado de numerosas ocasiones para formular y reformular sus propias preguntas a lo largo de todo el proceso.
La formulación de una pregunta no es un proceso cerrado sino todo lo contrario: una buena pregunta debe estar sujeta a numerosos replanteamientos para asegurar que sirva de guía conductora del proyecto. Con ese objeto, a la hora de proponer una pregunta, esta debe:
Tipos de preguntas
El docente está acostumbrado al uso de la pregunta como herramienta para interpelar al alumnado durante el proceso de aprendizaje. Conviene, sin embargo, revisar la técnica de formulación de preguntas, ya que no todos ellas son válidas para iniciar un proyecto basado en retos o proyectos.
Debemos distinguir entre las preguntas dirigidas (también llamadas “de orden inferior”, de acuerdo con la Taxonomía de Bloom[2]) y las preguntas abiertas (asimismo denominadas “de orden superior”).
Las primeras sirven para que el docente ayude al alumnado en la comprensión de conceptos clave del proyecto así como para guiar el pensamiento del alumnado. Son relevantes en el sentido de que proveen al alumnado con el conocimiento base necesario para el desarrollo del proyecto.
Las segundas pueden servir para plantear el proyecto, puesto que exigen que el alumnado indague e investigue sobre el tema para poder dar una respuesta. Suelen resultar mucho más interactivas y motivadoras que las preguntas directas. Obviamente, las preguntas directas pueden convertirse en preguntas abiertas, con el objeto de que el alumnado elabore sus respuestas y se promueva un pensamiento crítico más profundo.
¿Cómo crear preguntas guía?
A pesar de lo complejo que pueda resultar plantear una buena pregunta, si se atiende al tipo de objetivo a alcanzar, este puede delimitar el campo:
A la hora de plantearse preguntas, estos pasos pueden resultar de ayuda:
Conviene recordar en todo momento que para que una pregunta sea efectiva debe ser: abierta, objetiva, estar centrada en el objetivo del proyecto, ser viable, requerir una indagación e investigación profunda, apelar a conocimiento previo del alumnado, tener conexión con el mundo real y el desarrollo de competencias para la vida, integrar los objetivos del currículo así como admitir múltiples respuestas. En definitiva, dotar al alumnado de autonomía en su proceso de aprendizaje.
[1] Entiéndase que cuando se habla de pregunta en este caso, ésta puede estar formulada de forma interrogativa o no.
[2] Para más información, ver Taxonomía de Bloom